Revista Internacional de Poesía : "Poesía de Rosario" Nº 20
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LUIS ARIAS MANZO


Instantes de Luis Arias Manzo Editorial Apostrophe(¿)

 

Instantes es una esperanza en acción. Es un alegato por la causa de

la Humanidad y una declaración de principios que excluye neutralidades. Es un arrullo ético-estético, axiológico, y un llamado a la resistencia hacia lo que mata la vida; resistencia como la de Prometeo ante el suplicio, que también Luis Arias Manzo sufrió. Instantes contiene una historia de amor y es un himno de amor hacia sus pares humanos. Hacia su madre –solísima y poblada de dolor, cuando el exilio del hijo en nuestra amada Francia, y hacia Audrey, sa fille aimée. Es negación de la finitud, cuya entraña sutil el autor nos muestra, en ofrenda y honra.

 

¿Novela, ensayo, prosa...? Reniego de las calificaciones ortodoxas y /o  simplistas. Y no tiembla mi pulso –pero sí, y de regocijo,  mi «adentro»– para decir que Instantes es poesía. Pero Ariasmanzo no hace alardes con ella, ni siquiera en los pocos poemas –travesuras del Infinito- que ofrece como tales e intercala en la narración. Sus travesuras del Infinito son poemas que hacen, si cabe, más poético lo que no presenta como tal... y ellos hacen de las suyas. Saben que Ariasmanzo pertenece al cortejo histórico de «trovadores» que buscaron, y encontraron, entre los intersticios de la vida cotidiana y en sus «arrabales» –aparentemente menos «poéticos», o no poéticos «por definición»– la prosa. Prosa en principio adecuada exclusivamente a lo «prosaico» de la vida cotidiana. Prosa que encierra tesoros que, según se creía hasta no hace mucho, radicaban solamente en el Olimpo celestial.

 

Entre estos «trovadores», pienso en un novelista (y poeta) como Joyce, con su «Ulises-Bloom» navegando «banalmente» por un Dublín lleno de hombrecitos y mujercitas oscuros como el propio protagonista. O, ¿por qué no?, en un novelista (y poeta) como Raymond Queneau, cuya encantadora “Zazie” –en su novela Zazie dans le métro– pretendía confinar toda su «odisea» a un viaje por los túneles del metro de París.

 

En Instantes, la «odisea» se limita a un viaje de tres días y dos noches, en autobús, entre Santiago y Río de Janeiro (con paso por Argentina); y a otro viaje de vuelta de igual duración, y en el mismo incómodo y lento y traqueteante medio de transporte. Y nuestro «Odiseo» es el propio autor.

 

La excusa (la prosa) es el viaje real de Arias Manzo a Río, en diciembre de 2001, invitado a la presentación del libro Diáspora, de sus amigos brasileños José María y Thereza Rabelo. En la obra –dice Arias Manzo- éstos «narran su infausta travesía por países de asonadas militares y fascistas, comenzando por su propia tierra, donde con la caída de Joao Goulart [presidente constitucional de Brasil, de tendencia de izquierda] en mil novecientos sesenta y cuatro, se había iniciado la época [en el conjunto de Hispanoamérica] de los golpes de Estado y de los ‘gobiernos gorilas’. Todos ellos traidores puestos al servicio de la primera potencia mundial, hoy reafirmada en Imperio, y de los mezquinos intereses de las minoritarias clases burguesas locales de América Latina».

 

La prosa, claro, es siempre «línea recta», aunque se presente fracturada o bifurcada. Y en este caso se transmuta en poesía, cuando la línea recta del viaje se vuelve elipse, curva, espiral, giro, en el seno mismo del «prosaico» mundo que toma por objeto el relato. O, como dice el autor, y no en prosa sino en sus travesuras al Infinito: «... Todo gira, como gira la ciudad, / Con sus hambrientos en las esquinas / Y los hombres de negocios que giran, / Y las prostitutas que buscan girando, / Como yo, Amor, como yo, /Que te busco atolondradamente rodando, / Y no te puedo encontrar.» (De «Los círculos viciosos de la existencia», pág. 121).

 

Y giran también esos instantes que dan título al libro. Los cotidianos y prosaicos, las «pequeñeces»; aquellos que «son lo eterno», en cita de Antonio Porchia recogida como epígrafe por el autor. Y que hacen de «lo demás, todo lo demás, lo breve, lo muy breve».

 

Pero instante y eternidad son lo mismo en Ariasmanzo. Entonces la poesía consagra aquello que condena la prosa. Lo consagra narrativamente per se, y lo ratifica como travesura al Infinito en y dentro de la prosa: «Y así, eternamente, perpetuamente, / Todo, como tú, y como yo, Amor, / Todo se reencuentra, Amor, todo se va, / Y todo vuelve. Así. En un instante todo retorna».

 

Como retorna en Instantes la tensión entre lo material y el Azul, entre lo pedestre y lo sublime; entre finitud y Absoluto, entre fe y escepticismo... Y todo ello alcanza sus cumbres y sus abismos casi simultáneamente.

 

Tensión, sí. Síntesis de los contrarios, para Ariasmanzo, y coincidimos, síntesis, pero no la mentada «atracción de los opuestos». Puerta que se abre y puerta que se cierra. Amor e indiferencia. Lo inasible y lo vacuo. Estilo y ostentación. El Poder y la carencia. Vida que quiere vida y muerte que siembra muerte. ¿De qué «atracción» hablan?

 

Travesura del Infinito, poesía en la prosa. Y uno de sus vértices en esta obra, cuando el protagonista-autor evoca sus instantes sin tiempo en Mendoza, Argentina. El primer lugar suyo para esa clausura del Ser que es el exilio.

 

Ariasmanzo los veía correr en pos de una martineta. De «una ave de la familia de las gallinas, que emprende un vuelo hasta doscientos o trescientos metros máximo y, cuando cae, sigue corriendo a una velocidad difícilmente alcanzable por un hombre». Y al principio le fue negada esa fracción de Absoluto, esa Travesura al Infinito que lo habita, y cada vez más, y vaya si lo sé. Y no se sumó a la aventura. Hasta que el mandato del Azul fue de nuevo, y como siempre, su timón. Y entonces corrió junto a aquellos «que entendían el sentido de la libertad a su manera, en una carrera loca detrás de un pajarraco que nunca se alcanzaría. Fue mientras corría montaña abajo cuando sentí cómo me desprendía del dolor que me producía estar lejos de mi país».

 

Bendita martineta, metáfora de libertad y develación. En aquellos días de crímenes silenciosos, Ariasmanzo –en su primer exilio– tuvo que trabajar como  «hormigonero» en Yacimientos Petrolíferos Fiscales, hoy «Repsol Y.P.F.», capitales de España. De la «Madre Patria» de los argentinos, que hoy los expulsa cuando a ella recurren por desempleados, por excluidos, por puños rotos contra las puertas del anhelo. Martineta bendita que lo hizo encontrar-se, cuando se vio «inmerso en el grupo de trabajadores que corrían en forma desordenada saltando rocas, arbustos y grietas. Por primera vez formaba parte de un equipo de obreros rudos que entendían el sentido de la libertad a su manera».

 

Cansado de carretilla y pala y con su miedo por «vivir en un país [Argentina] que estaba al borde de la guerra civil y en donde los cómplices de la dictadura de Pinochet mataban a chilenos en aquella maldita ‘Operación Cóndor’... fue mientras corría por las quebradas de aquellas montañas entre porrazos y porrazos, viendo a mis compañeros cómo se volvían a levantar con más fuerza e ímpetu aún después de cada caída, que entendí el sacrificio y el verdadero significado de aquella carrera: despojarme progresivamente del sentimiento de ser un explotado de

la Tierra. Fue durante aquella carrera cuando me sentí libre por primera vez, comprendiendo el precio de la libertad de los hombres que sufren».

 

¿Por qué la capacidad de recuperación del ser humano?, me pregunté muchas veces. Sobrevivientes de torturas y horrores –como Luis–, viven, crean, aman. Porque para algunos, como él, su prójimo es el mundo. «¿Quiénes son los que sufren? No sé, pero son míos» (Pablo Neruda)

 

El amor a sus demás. Y sus instantes de amor con la brasileña Betsabet, su compañera imprevista de asiento en el mismo autobús. El amor, que es sustantivo y certidumbre, en los tres días y las dos noches de regreso de Río a Santiago.

 

Y en

la Terminal chilena, la separación. Y entonces, Ariasmanzo se pobló de silencio. Como el de Rimbaud,  cuando a sus dieciocho años terminó Una temporada en el infierno. Como el de Hölderlin, entre poema y poema. Silencio, como el de un adagio en el desierto. Silencio de «martineta» que «nunca se alcanzaría».

 

Silencio que para nuestro poeta y narrador de travesuras al Infinito es también síntesis de contrarios, incredulidad que se resuelve en una fe final, instante interminable:

 

«Las cosas giran como gira la historia; / El nacimiento surge de un círculo indescriptible, / Y el renacimiento mana de una gran rueda / Cuando agotada deja de girar. / Entonces, naces tú y nazco yo, enamorados ya. / Y nos vamos por la vida, lejanos, / Pero, en la rodoviaria nos volveremos a encontrar.»

 

Bienvenido, Luis –otra vez, ahora con Instantes– a la rodoviaria de Poesía que une Belleza y Verdad, Libertad y Justicia, Amor y Fraternidad. Tu poesía desgarra el viento, como estilete de fe en el destino humano. Palabra de ojos limpios y mirada sin sombras, la tuya. Palabra de virginidad para el mal. Palabra creadora de albas, para una Humanidad siempre insomne. Por la vida.

 

 

Cristina Castello

 
   
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